Ayer fue el sexto cumpleaños de mi hijo mayor.

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Todavía recuerdo su nacimiento como si fuera ayer.

Todavía tengo frescas las imágenes, las sensaciones, los olores…

el dolor y la felicidad que vinieron después…

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La sensibilidad comenzaba a acudir a mis piernas entumecidas. Poco a poco subiría por mis caderas y llegaría a la parte más temida, el lugar donde sentía que me habían cortado en dos.

Miraba el cunero a cada rato, desesperada. Quería, NECESITABA moverme con libertad para tener a mi niño conmigo. Sentía que me faltaba algo, tal vez un par de brazos más.

Me tuve que resignar a estar postrada o a depender de otros para tener a mi bebe conmigo. Incluso para darle pecho, para sentirlo cerquita de mi.

Al día siguiente, pude salir de la clínica. Mis brazos primerizos temblaban con el peso de ese bebé tan gordito, grande y esponjoso. Aún así sabía que no lo dejaría caer por nada del mundo.

De nuevo sentía que me faltaban extremidades para contenerme la herida del vientre, sostener el bolso y 4 kilos de recién nacido, sin trastabillar.

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Llegando a la casa de los familiares paternos del niño (lugar donde tuve que vivir por un tiempo), recuerdo que quería ser una especie de koala o cangura, guardar a mi bebé en una bolsa dentro del cuerpo y evitar que tantas miradas, bocas y brazos extraños, lo atraparan.

Me sentía a punto de ladrar (literalmente) cada vez que me lo quitaban del pecho y los brazos para pasarlo de mano en mano, como balón.

Pasaban los días. Esos días, donde después de tantos años todo se siente difuso, borroso, rodeado de cierto halo de tristeza mezclada con placer y muchas sensaciones indescriptibles. La lactancia, nuestra llave al paraíso desde el comienzo.

Pronto empezaría el siguiente semestre en la universidad. El centro de estudios siempre me dio facilidades para conciliar estudios y maternidad de la mejor manera posible. Podía haberlo congelado por supuesto. Pero no podía/quería.

Quería regresar a clases, necesitaba salir de aquella casa. La espiral de violencia psicológica en la que estaba atrapada, iba creciendo, y amenazaba con comerse nuestro puerperio, nuestros momentos de luz, nuestra simbiosis sagrada.

Necesitaba salir para vivir. Así de simple.

Además en la universidad tenía la contención y el amor que tanto necesitaba de parte de mis increíbles compañeros, como del mismo personal y profesorado.

Y para mí era impensable dejar de amamantar y dejar a mi pequeño de días al cuidado de un tercero e irme a estudiar y continuar mi vida como si nada.

Comenzaron las dificultades.

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Daniel recién nacido

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Entre la cesárea “crudita”, el bolso de la facultad, la pañalera, el bebé y un par de horas de camino entre jeeps, autobuses y metro, sufría muchísimo.

Al principio pensé (al igual que mucha gente), que un cochecito sería la solución. Típico error. A toda la carga se sumaría la del coche, cerrado la mayor parte del tiempo, porque la topografía, el sistema de transporte y la arquitectura de mi amada Caracas no está hecha para pasear con coches de bebé.

Fue entonces cuando una preciosa compañera de clases me «heredó» el canguro que usó ella misma cuando fue mamá. Para mi fue el paraíso.

Además, aprendí a dar pecho usándolo, que justo la lactancia en la calle con tanto tropiezo, aglomeraciones y manos ocupadas a veces se volvía un auténtico infierno.

Por si fuera poco, me podría olvidar de los riesgos del reflujo con un bebé tumbado.

Pasaban los días y sólo veía beneficios en llevar a mi bebe de esa manera. Ufana de mi soltura y libertad recorría metros caminando, podía salir con calma y prescindir de muchas cosas.

Pero llegó un momento, en torno a los 3-4 meses que intuía que algo no iba bien del todo.

Sentía a mi bebé, un bodoque de unos 8 kilos, retorcerse, encoger las piernas y quejarse al mínimo vaivén. Yo misma iba notando en mi, una postura antinatural cada vez más pronunciada. Empezaron las contracturas musculares y las molestias cervicales. Además mi piso pélvico se resentía.

Pronto lo que había sido nuestro cielo en la tierra se volvería un gran problema.

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Y cómo lo solucioné te lo contaré en mi próximo post. Puedes suscribirte al blog para no perdértelo, ni ninguno de los que se publicarán hasta ese día. ¡¡Gracias!!

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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