Hoy Tamara nos cuenta, en este #PostInvitados, sobre las sombras presentes en el embarazo.

En un momento vital en el que se supone que todo ha de ser luz, el embarazo, no es extraño encontrar mujeres que no solo luchan por mantenerse a flote, sino que lo tienen que hacer en un entorno poco empático (en el mejor de los casos).

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Nunca pensé que diría algo así. Nunca me ha gustado mi sonrisa, ni mi cuerpo en general y resulta que, después de tantos años, mi mejor sonrisa no es la que tengo en la cara. Mi mejor sonrisa es algo que me horrorizaba, algo que mucha gente quiere que le quiten: es la cicatriz por la que salió mi hijo.

No me quejo, estaba en presentación trasversal y no se colocó en ningún momento, por lo que la cesárea era su única opción para nacer y, por eso, es una “sonrisa” que me encanta, porque sin ella no podría abrazarle cada día.

Pero para mí lo relevante no es eso, sino que en una persona como yo, que ha sufrido durante años TCA (Trastorno de Conducta Alimentaria), y en un mundo en el que todo es estética, me parezca que es algo bonito.

Es una de las muchas cosas que la maternidad ha cambiado en mí, y es de esto de lo que quiero hablaros: de los TCA y el embarazo.

Cuando pensé en escribir este post lo primero que hice fue buscar una imagen de una cicatriz de cesárea para poder usarla de cabecera y, para mi sorpresa, me encontré que hasta en este sentido había imágenes manipuladas y retocadas. Por poner un ejemplo este artículo podéis ver dos imágenes poco realistas de una mujer durante y tras un embarazo. Y creo que eso es parte del problema de todo esto.

Lo que primero que hay que decir es que una persona que esté en un momento realmente serio de la enfermedad no puede tener hijos, ya que una de las características principales es la amenorrea (ausencia de la regla). Pero cuando ya “estás bien”, o cuando empiezas a estar mejor, tu cuerpo se regulariza, tus hormonas también, y todo vuelve a funcionar más o menos como debería por lo que un embarazo se hace físicamente viable.

Contrario a lo que mucha gente piensa, los TCAs no aparecen porque una quiera estar delgada per se. Hay multitud de factores que pueden influir, pero está claro que la industria publicitaria, internet, las Redes Sociales… no ayudan nada.

Me atrevería a decir además que casi todos los que han padecido un TCA viven con la sombra de la recaída. En muchos sitios se habla de hecho de una enfermedad crónica y da igual cómo estés, cualquier comentario sobre el peso es visto por los familiares y personas cercanas como un potencial signo de alarma, cualquier pensamiento sobre si te gusta o no cómo te quedan unos pantalones, o si tienes un poco de michelín, te hace plantearte si es una preocupación “normal”, como la que tendría cualquier persona, o es síntoma de algo más.

¿Os podéis hacer una idea de lo que es la perspectiva de aumentar de peso y de talla? ¿de no saber cómo vas a estar después? ¿el miedo a controlar lo que comes y perjudicar al bebé? ¿a no controlarlo y luego volver a recaer? o peor, ¿a no recaer y quedarte con los kilos de más?

Porque a todo lo que traes de base, hay que sumarle el coctel hormonal que a todas nos afecta.

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¿Cuántas embarazadas nos sentimos, o nos vemos, realmente así? ¿En serio esto es una imagen representativa del embarazo?

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Da igual que lleves años bien, el miedo está ahí, porque ya has tenido recaídas, porque no te fías ni de ti misma. Además, personalmente, durante años afirmé que no quería tener hijos solo por lo que el proceso del embarazo suponía, me aterraba la ganancia de peso, las estrías, la flacidez… a todo el mundo le gusta verse bien, pero a mí me horrorizaba tanto, que no quería pasar por ello.

Por todo esto, cuando me enteré de que estaba embarazada me alegré, pero también comenzaron a asaltarme dudas sobre cómo llevaría todo el proceso y, principalmente, sobre cómo llevaría el postparto. Supongo que hasta cierto punto sabía que estaba bien, y que no iba a hacer nada que perjudicase al bebé, hay estudios que apuntan a tendencias a la remisión de TCAs durante el embarazo, desde por el propio interés por no perjudicar a tu hijo, a la presión social hacia el cuidado del bebé.

Los primeros meses fueron difíciles: tuve muchas nauseas, vomitaba mucho (con la consiguiente duda), y al final comía fatal porque cuando encontraba algo que no me sentase mal, o tenía un rato bueno, me hinchaba de cualquier cosa.

¿El resultado? Que cuando se me empezaron a pasar esos síntomas había cogido un par de kilos más de lo que ahora aconsejan, y me empecé a obsesionar: ¿Los médicos me estarían controlando bien, o me dejaban porque soy delgada de base? ¿Debería haber cogido 4 kg. o solo 2? ¿Era sincera la gente diciéndome que estaba bien? Porque siempre tienes quien te dice “yo cogí 20 kg.”, pero para mí eso no era ningún consuelo.

Pasaron los meses, mi estómago se estabilizó, el embarazo poco a poco se iba haciendo patente, y yo seguía sin sentirme del todo bien y sin saber cuándo comer, cuándo no, cuánto peso era normal…. Fueron unos meses muy difíciles también por otros motivos (personales y laborales), por lo que el entorno tampoco era el más adecuado, y la medicación que durante años me había ayudado a estabilizar mis estados anímicos, no estaba ahí.

En este punto quiero aclarar que existen fármacos en el mercado que son bastante seguros durante la gestación, que si te está siguiendo un profesional médico te puede aconsejar sobre ellos y que, en muchas ocasiones, es mejor un pequeño riesgo potencial, a los efectos de no tomar nada en el bebé. Pero, en mi caso, preferí no hacer uso de ninguno. Aún a veces me pregunto si fue la decisión acertada, pero creo que volvería a hacerlo igual.

Y así me encontraba: con un cuerpo cambiante, algo que siempre me había aterrado; con una situación alrededor que en otras ocasiones habían traído asociados periodos “malos”; viendo imágenes constantemente de lo fantástico que debería estar siendo todo, pero sin serlo.

El embarazo, esa época en la que todo el mundo dice estar en una nube, con momentos inolvidables, en los que eres el centro de atención, y yo no era capaz de disfrutarlo. No era el centro de nada, me sentía triste, muchas veces sola, culpable por la tristeza y porque en el fondo no podía dejar de pensar en si engordaría más o menos, temiendo estar afectando negativamente a mi bebé, y sin saber qué hacer con todo ello. De hecho, tuve semanas en las que no paraba de llorar, y eso me hacía sentir aún peor.

Entre todos mis miedos y dudas, me puse de parto antes de tiempo. Ya he dicho que fue cesárea, pero al menos no fue programada: mi peque decidió cuando quería salir, aunque no fuese cuando le esperábamos, y todo salió bien.

Y ahí vino otro momento clave: la primera ducha. En este punto reconozco que nunca podré agradecer lo suficiente al papá que tapase todo el espejo del baño, porque yo no quería verme, me aterraba verme! Y de hecho no quise hacerlo durante varios días. Sí, tenía un hijo precioso, y estaba sano, pero las dudas seguían, y mi cuerpo “deforme” no era algo que quisiese contemplar en un espejo.

Después del parto no me sentí fuerte, ni empoderada, ni nada.

No estaba guapa, tenía ojeras, el pelo sucio, sentía que olía mal….

¿Dónde están todas esas imágenes de mujeres alegres y sudadas pero estupendas que había visto? Esas con buen color, maquilladas, con cara de haber vivido el mejor momento de sus vidas. No, lo siento, yo no era una de esas, y no quería verme más de lo necesario. Y, dicho sea de paso, tampoco quería ver a casi nadie.

Los días pasaron, llegaron otras dudas, miedos e inseguridades, los que van asociados a cualquier bebé de una primeriza, y seguramente alguno más, pero eso ya es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

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Cuando buscas la palabra «tripa» en Pexels (banco de imágenes gratuitas) esta es la segunda imagen que aparece.

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El embarazo no es una enfermedad pero creo que actualmente está tan “procedimentado” con las revisiones, pruebas y visitas, que nos hemos olvidado que somos personas sometidas a muchos cambios, que a veces no somos capaces de entender, asumir o afrontar. Creo que la sociedad se ha olvidado de que una mujer embarazada es fuerte y débil a la vez, y que algunas, tal vez, necesiten un poco más de atención que las ecografías de rigor.

Atención a ella, no al bebé, y no en forma de sesiones de fotos, de tripas pintadas, de babyshower… o a lo mejor sí! pero no solo eso.

En mi caso, a mitad del embarazo me pusieron a dieta por intolerancia a los hidratos de carbono así que hasta tuve suerte, porque al controlarme totalmente lo que tenía que comer, no solo casi no cogí peso, sino que no tenía que pensar en ello.

Pero no a todo el mundo le pasa lo mismo. Hay estudios sobre los efectos de los TCA, principalmente la anorexia, en el feto y si los hay, es porque es algo más habitual de lo que nos pensamos. En los casos más graves obviamente se llega al aborto, pero hay muchos términos intermedios de bebés y madres con graves problemas por lo vivido durante el embarazo.

Desde hace unos años se sabe de mujeres que comienza a manifestar un TCA a raíz del embarazo. En EEUU incluso acuñaron un término propio, pregorexia; y aunque médicamente no está considerado un trastorno aparte, la realidad es que hay mujeres que comienzan a controlar la ingesta de alimentos, y a aumentar el nivel de ejercicio para evitar o minimizar la ganancia de peso, aun cuando nunca antes habían manifestado síntomas de enfermedad.

La sociedad nos condiciona tanto a estar bien, a vernos bien y estar alegres, que nos olvidamos de que la mayoría de la gente no es perfecta, que no podemos controlarlo todo y que, aunque se suponga que todo tiene que ser genial, estamos en nuestro derecho de sentirnos mal.

Nos olvidamos de que una embarazada puede tener los mismos problemas que cualquier otra persona, y tal vez alguno más. Que a lo mejor tiene miedo de decirlo, porque no se ve ni se siente como todo el mundo espera. Que a veces no es solo culpa de las hormonas, o cuestión de tiempo y una tila, a veces hace falta hablar y llorar, y que alguien no te juzgue por lo que estás pasando.

Personalmente solo espero que, si algún día tengo otro hijo, sea capaz de disfrutarlo, de vivirlo de otra manera, que me guste cómo me veo, igual que ahora me gustan la cicatriz, y las estrías del pecho por llevar más de un año amamantando.

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Tamara, Asesora de Porteo De Monitos y Risas, se considera a sí misma «Una mamá más» y una «Friki» con ganas de compartir su experiencia en la maternidad contigo. Si quieres conocerla, puedes hacerlo en su web y seguirla en su Fanpage. Un proyecto recién inciado, con mucha ilusión, para acercarte las herramientas que nos funcionan en la crianza, como el Porteo.

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contacto

Elena López

Asesora,

consultora y

formadora de Porteo

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