La colaboración de hoy de #postinvitados es muy especial para mí.
No necesita presentación: Eloísa López
Ella no se ha formado conmigo ni falta que le hace. No es asesora de porteo, ni asesora continuum (aunque sabe mucho más de porteo que muchas instructoras que conozco).
Es Asesora de Lactancia. De las mejores. Lo sé yo. En primera persona porque fue quien me confirmó mi sospecha de frenillo con Lu. Pero también porque la veo atendiendo a las familias con problemas o dudas con la lactancia. Porque, por si no lo sabes, ella es mi socia en Oh! la luna.
Y porque leo su blog. Una maternidad diferente. Su blog es tan bueno que lleva cinco meses sin publicar y supera con creces mis visitas (que no son pocas).
Y es que es un compendio de conocimiento científico con lenguaje asequible para todos y con mucho humor.
Pero no me enrollo más, que para no necesitar presentación… No sin antes agradecerle que comparta con nosotras este texto, escrito hace tres semanas, la noche previa a la tercera operación de su (nuestro) peque, Erik, uno de mis modelos favoritos 😉
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Mañana operan a mi hijo.
Me piden un artículo sobre contacto, porteo y teta en niños hospitalizados. Será porque soy asesora de lactancia, bloguera lactivista de pro y adicta al porteo desde que nació mi segunda hija… Pero sobre todo porque la vida ha decidido retarme con el desafío de criar a un bebé con una malformación congénita en su sistema renal, que ha hecho que en los últimos trece meses pase a su lado más días en el hospital de los que jamás hubiera imaginado.
Enfermedades, sospechas de infecciones y operaciones, consultas y pruebas diagnósticas, hacen que conozcamos recodos y atajos en este hospital que preferiríamos ignorar.
Podría hacer una disertación muy sesuda citando estudios y «evidencia científica» que demuestran que la leche materna y los brazos de una madre son la mejor medicina para cualquier bebé. No solo curan, sino que dan ganas de vivir, son promesa de una vida mejor más allá de los tubos, pitidos y pinchazos del hospital y recuperan ese refugio amado y querido por el bebé desde antes de nacer…
Pero no me sale citar publicaciones científicas, porque, cada vez que pienso en ello, recuerdo la angustia que sentí cuando se llevaron a mi pequeño nada más nacer para «observarle»… Y yo que había abrazado, mecido y amamantado a sus dos hermanos mayores desde el primer segundo fuera de mí, me sentía vacía, hueca y terriblemente preocupada por el bienestar de mi bebé. En ese momento me prometí a mi misma que no íbamos a perder ningún segundo más del necesario y que iba a haber que cada instante contara para tratar de recuperar esos momentos mágicos ya perdidos. Que iba a tener mis brazos siempre que él los necesitara y que tampoco iba a privarme a mi misma del placer de arrullarle y embriagarme en su esencia de bebé.
Y juntos hemos salvado todos los escollos que se han ido presentando en nuestro camino.
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Los inicios de la lactancia fueron complicados por las interferencias de ese entorno hospitalario en el que cada vez nos vamos desenvolviendo mejor. Pero la lucha ha merecido la pena. Estoy convencida con cada célula de lo cuerpo de que ese líquido blanco que nos une le ha salvado de más hospitalizaciones y complicaciones. Cuando está enfermo su tetita le anima y estando en ella le asoma la primera sonrisa que vaticina una pronta recuperación. Ya sabes de qué te hablo. Esas divertidas sonrisas pícaras, que nacen en los ojos y se extienden por toda su cara mientras sigue sosteniendo tu pezón entre sus labios.
Cuando estamos en el hospital su tetita es lo que le libra de estar más tiempo anclado a un suero intravenoso para evitar la deshidratación y le permite empezar a explorar y disfrutar de su entorno en esos primeros ratitos de encontrarse mejor.
En el hospital la teta es tetanalgesia que todo lo cura y nuestra despreocupación por el proceso de «iniciar la tolerancia» postayuno. Es su reconciliación con todo lo bueno que hay en el mundo. Es su micromundo de amor y sosiego.
Pero como todo, tiene su reverso «tenebroso», el de los temidos momentos en los que el pecho está prohibido antes de una operación. Esas angustiosas horas en las que me mira sin entender y me tira de la camiseta hasta que se rinde a la evidencia de que su mamá se ha vuelto loca del todo y no le va a dar teta…
Y sin embargo, le sigue quedando el hábitat, el lugar. Y, por suerte, de eso no hay ayuno y aunque no le pueda amamantar, si le puedo abrazar, acunar, acariciar, mecer, portear, hacer cosquillas… Por suerte, mi cuerpo y mis brazos consiguen vencer el ayuno terrenal y trascienden a lo espiritual para seguirle nutriendo con amor, contacto y cariño. Para que entre en ese quirófano sintiéndose amado y querido y con ganas de luchar con uñas y dientes para recuperarse lo antes posible.
Cuando supimos que le tenían que volver a operar le dije a mi marido que la noche anterior se debería quedar él con el peque en el hospital porque así le iba a resultar más fácil entender que no había teta. Total, cuando no está mamá no hay teta. Y el razonamiento tenía su lógica. Pero no sé si fue esa promesa que me hice cuando nació o el convencimiento de que mis brazos y mi piel nutren tanto o más que mis pechos; lo cierto es que aquí estoy, esperando que llegue la hora límite para darle su última tetada antes de la operación y asumiendo que ahí estaré dándole todo menos mis pechos para acompañarle en su sueño, en su dolor y en su frustración.
Mañana operan a mi hijo y mi corazón se encoge cada vez que lo pienso en un frío quirófano, pero, una vez más, voy a hacer que esta noche cada segundo cuente. Para él. Para mí.
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